"Los obispos del ajedrez" Miguel de Unamuno

Ajedrez en la Historia

Artículo aparecido en "Caras y caretas" el 9 de septiembre de 1922

Los obispos del ajedrez. Miguel de Unamuno

Por qué a lo que en el juego del ajedrez le llamamos en español Alfil, esto es, elefante, se le llama en francés fou, loco, en inglés bishop, obispo, y en alemán laufer, corredor? Porque no es fácil ver la relación que pueda haber entre un elefante, un loco y un obispo y como se pase del uno al otro.

Lo propio del alfil del ajedrez es andar siempre de sesgo, lateralmente, o mejor diagonalmente, algo así como el cangrejo, y no sabemos que anden así ni el elefante, ni el obispo ni siquiera el loco. El loco podrá andar como el caballo de ajedrez, pasando siempre de blanca a negra o de negra a blanca, pero no como el alfil, siempre en un mismo color. Aunque acaso los monomaníacos y melancólicos…

Eso de mantenerse siempre en el mismo color, propio del alfil – hay alfil blanco de casilla negra, alfil blanco de casilla blanca y alfil negro de casilla negra y alfil negro de casilla blanca- es más bien cosa episcopal. Porque suponemos que hay obispos blancos y obispos negros.

Con rey y obispo solo no se puede dar mate al rey contrario cuando se queda solo. Hacen falta por lo menos dos obispos, pues sólo dos cierran el paso.

Y a propósito de eso de dar mate. Hay lingüistas que sostienen que nuestro verbo matar, cuyo origen ha sido siempre muy controvertido, viene del mate del ajedrez, que es como jaque, de abolengo persa. Jaque parece ser la misma palabra que schah, nombre del soberano de Persia, y equivale a rey. Jaque es, pues, rey. Y dar jaque mate es matar al rey. O comerle que es como en el juego del ajedrez se dice entre nosotros. Y puede comerse al rey ya un obispo, ya un elefante, ya un caballo. Y hasta una torre.

"Caras y caretas". Biblioteca Nacional de España. Hemeroteca digital.

Estas torres parece que iban en un tiempo montadas sobre un elefante y de aquí debió de venir la confusión. Y las torres caminan derechas, de blanco en negro o de negro en blanco.

La reina, que otros llaman dama, es la que tiene más movimiento, es la que se mueve en más amplia esfera, es la pieza de más valor. Como que en cuanto un peón llega al término de su carrera se hace reina. Que si en Inglaterra se dice que la Constitución inglesa lo puede todo menos hacer de un varón mujer y viceversa, en el ajedrez se hace de un peón reina.

¡En cuanto al pobre rey!... De su suerte depende la de la partida toda: todos están a defenderle. El se mueve hacia todos lados. De un color a otro color o al mismo color, pero en reducido ámbito. No puede pasar de una casilla. No puede salirse de sus casillas. Ni correr de sesgo como un obispo, ni de frente o de lado como una torre, ni saltar como un caballo. Como el caballo tiene el rey ocho puestos a que poder ir mas sin levantar pie del suelo.

Los aficionados que lean recordarán aquello del enroque, de arrinconar al rey, de confinarle en una esquina protegido por unos peones – una especie de alabarderos o guardias de corps – y una torre.

Hay que guardarle y hay que impedirle que se le ocurra salir al campo. Pues siempre es peligroso que el rey ande en medio del tablero. Como no sea que se lo haya antes barrido bien la reina.

¡Pero esos pobres alfiles! ¡Esos pobres locos! ¡Esos pobres obispos! Siempre nos merecieron lástima esos pobres obispos del ajedrez. Hemos oído de algún jugador que maneja muy bien los peones: la infantería o los caballos: la caballería, o las torres: la artillería, pero no hemos oído de nadie que maneje los alfiles, o sea los obispos. Y, sin embargo, por ellos solía empezar el ataque clásico.

Al empezar la partida, la guerra, el rey se encuentra entre la reina, a quien tiene a un lado, y un alfil, el de color diferente del de su casilla, al otro lado. Y al lado de la reina el otro alfil. La pareja real está escoltada por dos alfiles, elefantes, o si queréis por dos obispos o por dos locos. ¿Por qué no se les llamó condes? Porque los condes –comites- empezaron siendo los compañeros del emperador- comites Augusti.

Suele empezar el juego avanzando el peón del rey y dejando a éste al descubierto para ir a atacar al contrario. Y es jugada clásica que por esa abertura salga a correr aventuras el obispo, loco o corredor.

Dícese que en el ajedrez se aprende estrategia. Nos parece mucho decir. Desde luego puede siempre contarse con el heroísmo de los peones. ¡Cómo son de madera! Y de madera son todas las demás piezas, incluso ¡claro está! el rey.

 Hay una situación que se llama ahogar al rey y es cuando sin poder matarle, es decir comerle, se le deja sin movimiento. Porque el rey no debe moverse a aquel lugar en que sería comido. Allá, en nuestras mocedades, fuimos aficionados al ajedrez pero lo dejamos por aquello que se dice de que para juego es demasiado y para estudio muy poco. Es más entretenido el tresillo, con baraja, que da su parte al azar. Y cuando pasamos del ajedrez al tresillo siempre la sota nos recuerda al alfil, al obispo. ¿Qué relación puede haber entre la sota, el caballero - chevalier- de los franceses y el obispo del ajedrez? ¡Misterio!

¡Y eso de que en un reino haya dos obispos, uno en blanco y otro en negro! Obispos que jamás pueden tropezarse en su camino. Ni pueden unirse para defenderse el uno al otro. ¡Cada uno de ellos tiene que ver como le comen al otro – a lo peor una reina- sin poder impedirlo. Porque eso de que una reina se coma a un obispo es cosa grave. Aunque es más grave que un obispo se coma a una reina. Y puede suceder.